martes, 31 de enero de 2012

Verdad de la buena




Yo la verdad que estoy disfrutando del blog.
Hasta ahora, cuando contaba mi día a día pensaba que si un día escribía un libro no iba a saber por dónde empezar. Claro, entonces me daba la pereza en toda la frente y ahí quedaba todo.
Pero no sé qué ha sido, que ahora me parezco a esos fotógrafos que van por la calle haciendo un marco con las manos y mirando con un ojo cerrado a través de él. Pues yo igual, pero en blog.
Entonces miro a mi día a día como poniéndome chula, y cada cosa que me pasa pienso: "¡¡a mi blog que vas!!", y si antes ya era yo de reírme de las cosas de la vida, ahora ya voy a tumba abierta (que
junto con "orsai" "árbitro, fao!!" y alguna frasecita más, son pequeños recordatorios de mi infancia...)
Al tema, que me pierdo...
Que hoy he tenido un día muy gracioso, y sin embargo uno más.
Después de desayunar un té rojo de m... y unos zumos que me pone la diosa Olga, mi nutróloga (que visto escrito queda super-o-sea, ¿no?, pero que al final cada una se quita los kilos de embarazos y fiestas como quiere, y si sudas por el Campo de Volantín con ropita cara nadie te llama pija, ¿no?), total que eso, me he vestido y ahí empieza la cosa mal. Porque me empeñé en comprarme un vestido en el que no cabía después de parir a la tercera (esto le va a sonar a más de una), pero en el que calculé que cabría cuando la diosa pudiera conmigo.
Bueno, las tetas, la tripa, los brazos y los hombros ya han ido más o menos cabiendo.
El culo, no.
Sin paños calientes. El macizo está encantao, pero a mí me sobran tres centímetros de culo (que con todo seguirá siendo generoso, la verdad) para entrar niquelada en mis cosas. Igual cuatro. Centímetros, no cosas.
Ocho y media de la mañana, y ponte a cambiar de vestido. Ni hablar de cambiarme de medias, ni de nada más.
Bueno, la mañana ha ido discurriendo bien, con sus cositas cuando en el trabajo te relacionas con gente heterogénea, pero divertida. He llegado tarde a comer, he comido más rápido de lo que me suele gustar, y me ha quedado un cuarto de hora antes de ir por los niños. Claro, he apurado. Como he consumido veintitantos minutos, pues he salido apretada de casa.
Llego al portal, y hete aquí que Murphy me tiende una emboscada. Llueve alegremente. He rebotado en él y he vuelto a casa. Como iba ligera y sólo llevaba abrigo, bufanda, el pelo suelto (quien tenga melena ya sabe cuánto molesta cuando llevas abrigo y bufanda), el bolso, la carpeta-lápida de la clase de francés que pesa como tal, y la bolsa con la merienda de tres tiempos de los niños (sendas frutas, aguas, quesitos y bocatas), he optado por un cómodo paraguas plegable y dos sencillos paraguas no plegables. Cuando lo tenía todo, he vuelto al ascensor para llegar al portal y comprobar que (ya) no llovía, y que iba a tener que llevar toooodo aquello colgando del brazo, mientras con la mano ¿libre? (ya, yo si me leyera a mí misma también creería que tengo como mínimo tres manos) llamaba por teléfono para una cosita que tenía que cerrar y que claro, la tarde se me iba liando...
Al cruzar Sabino Arana con mis preciosas y, por qué no decirlo, caras bailarinas, me ha dado por reflexionar en plena mediana que era la primera vez que pisaba con ellas aceras mojadas, y que la suela era de material, y me he preguntado si no resbalarían, con la caminata a ritmo de prueba olímpica que me esperaba por delante.
También me he contestado. Concretamente, cuando me he caído de culo en pleno Sabino Arana con todo aquello que llevaba conmigo. La verdad que ha sido visto y no visto. Un señor junto a mí me ha preguntado si estaba bien, pero desde lejos, que le ha faltado darme con la puntita del pie por si el bicho muerde. Otro ha pasado de largo. Y yo pensando vaya porquería de bailarinas.
Mierda de baldosas podotáctiles de mi ciudad. La verdad que cumplen su función, porque si eres ciego sientes que bajo tus pies un tormento estremecedor hace que te tuerzas un tobillo y luego te escoñas todo seguido, pero claro quieras que no esto lo hacen para salvarte la vida, porque te estabas arrojando sin saberlo a las garras de la carretera, en forma de paso de cebra traicionero, y te has desmorrao allí mismo y así no has acabado debajo de un camión malvado. Si no eres invidente, ahí ya la ventaja pierde mucho, porque te escoñas cuando intentabas alcanzar el paso de cebra salvador (si no pisas la raya, claro). Verbigracia, yo. Que anda que no hay callejuelas en las que caerse y lo tengo que hacer yo, a las cuatro y media de la tarde, en todo enmedio de Sabino Arana.
Bueno, he llegado a francés sólo siete minutos tarde (ojo, suelo ser puntual).
Luego ha sido cuando al salir me que ido a comprar juguetes, pero ésa es otra historia que ya he contado hace un par de post...

PD, la foto me la mandó mi amiga Jasone, que sabe que colecciono fotos de carteles absurdos... ¡¡Gracias guapa!!

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