Por partes.
El macizo ha estado en Madrid. A la vuelta se ha zampado casi 100km bajo la nieve, en algunos puntos profusa. Ha tenido el detalle de telefonearme (con bluetooth, cumpliendo fielmente, benemérito cuerpo, la legislación vigente) por el camino y reconocer la tranquilidad que le ha dado ir con neumáticos de invierno. Lo digo para que conste (al blog que vas, bonico).
Por otro lado, hoy ha sido uno de esos días raros, de invierno-invierno, de los que en otro post ya conté que no me molan, porque no ha parado de llover, y llover, y lloveeeer, cansinamente, ni un solo minuto en todo el día. Yo he mirado mil veces todas mis paredes, porque desde que acabaron de arreglar la fachada ya les he tenido que hacer venir dos o tres veces a sellar alféizares porque me ha entrado agua. Hoy, tras no sé cuántas horas de lluvia ininterrumpida, y varios días seguidos de lluvia casi constante, creo que puedo afirmar que el problema está resuelto. Y con la impotencia que da ver entrar agua en casa y que no para de llover fuera, es un alivio.
Pero lo mejor del día no va por ahí. Va por el castigo de los herederos (menos la bebé, que no tiene edad). Ayer con la cuadri, en el reservadito del restaurante, sobremesa, risas, muchísimas risas, buen rollito, muchísimo buen rollito, y se abre la puerta y aparece mi primogénito (aquí tengo que decirlo: cariño, TU hijo, no nuestro hijo. Es nuestro en otras ocasiones, pero en ésta es sólo tuyo) con el ceño fruncido. Habían salido todos los críos a jugar, a una sala aparte con animadora o por ahí con coches radiodirigidos que les habíamos llevado. Y suelta a bocajarro que le ha pegado a su hermana. Cagüenlaleche, ya estamos. Se adoran, no se habían peleado antes nunca hasta hace un año y medio, y ahora se chinchan, se molestan... pero nunca se pegan. Ay, qué hacer qué hacer qué hacer... Él sigue contando que ha empezado ella, que le ha dado una patada donde su gentil anatomía está más expuesta -él no lo expresa así, pero puede valer- y que él, sin querer casi, en un acto reflejo, le ha dado un golpe en la barriga. En esas estamos cuando se percibe cómo se acerca el lento ulular de mi hija, sólo interrumpido por convulsos sollozos que dejan adivinar ya sin verla que la criaturica aparecerá doblada de dolor, con claros síntomas de peritonitis, y sobre todo dejan adivinar a cualquier progenitor avezado que la bruja de ella es más culpable que el pecado.
Ya consigue ella, en su dolorido caminar, acercarse a su padre-refugio, y con sus gritos de hemorragia a duras penas contenida sube la temperatura del cabreo de su madre dos escalas, mientras su padre, angelito, intenta razonar con alguno de ellos, uno ocupado en echarle la culpa a la otra, y la otra ocupada en casi-morir de manera mínimamente creíble.
Mientras yo amenazo con el averno mismo cuando lleguemos a casa, y aviso de que están castigados, el pánfilo del mayor decide que no tenía bastantes problemas y me contesta un ya-ya, de eso nada, yo no pienso hacer nada que saca lo mejor de mí, que me convierto en una hidra en unas trece milésimas dejando a mis amigos boquiabiertos, se lo pongo al niño cuesta arriba y los echo del reservado. Él, cautivo pero no rendido, se obstina en quedarse en una esquina, y cuando la yugular comienza a hinchárseme de nuevo, va y dice que vale, que se va, pero no a la misma estancia donde está su hermana, que mejor al baño. Pues al baño, a donde no te vea yo. La hermana, culpable, recordemos, ha sido más lista y se ha esfumado hace un rato ya.
Cuando vuelvo a hablar con ellos, le digo al mayor que si la otra empieza él debe decírmelo y no devolvérselo. Él esgrime que es que cuando lo hace yo siempre minimizo la importancia de lo que hace ella, y nunca la castigo ni riño con la misma intensidad que a él. Y tiene razón. La muy bruja siempre sale ganando, y claro, él se ha tomado la justicia por su mano. Pero ahora vigilo y no va a volver a ocurrir, como les he explicado a ambos.
Ella ha de copiar 250 veces no pegaré ni insultaré a mi hermano nunca más. Él ha de copiar 250 veces no pegaré a mi hermana ni contestaré mal a mi madre. Antes a ella le ponía menos castigo porque es menor que él, pero si es tan mayor como para pegarle, lo ha de ser también para afrontar las consecuencias de sus actos. Sólo pueden realizar sus acciones fisiológicas, ir al cole y hacer sus tareas hasta que terminen el castigo.
Inicialmente a ella le pareció bien. Cuando llevaba una fila, vino a enseñarme la letra con los ojitos redondos-redondos y vocecita de ángel. Amatxu, ¿así va bien? y pensé ay maja, vas a flipar con las 249 que te quedan...
Cuando llevaba nueve líneas, apareció rumbo a la cocina a beber agua, agotada, con una mano en los riñones cual embarazada a término, cojeando ligeramente y entre suspiros.
Cuando llevaba dieciséis, lloraba diciendo no es justo no es justo, con esa cadencia lenta como de recoger algodón.
Va por la cincuenta. Y encima acabará antes que el hermano, que se distrae con el vuelo de una mosca.
Lo mejor es que ya intentan jugar juntos, y ahora no les dejo yo porque han de completar el castigo; usan a la pequeña como excusa para parar, que ha pedido ella que juguemos con ella... (ella en cuestión dice tatatata holaaaaaaa tatatatata abuuuuuu, también dice nononono y aita y ama, fundamentelmante. Nada más. Joé qué cansado es ser madre toooooodo el rato!!)
PD: la foto es una dedicatoria de mi niña, que aprendió a escribir con tres años y con cuatro me dedicó esto en una de estas broncas madre-hija de a ver quién manda. Para quien no sepa euskera, es algo así como "ama tonta", aunque el significado literal es "ama cagona". Angelitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario