martes, 14 de febrero de 2012

ni Nobel ni nada: no tenía ni idea, el tío



No ando fina con la tecla, no.

Lo del castigo de la semana pasada, o sea el efecto residual quiero decir, pues parece que haylo, haylo, pero menos del que quisiera. Definitivamente, no hago más que acumular tareas, y ellos no hacen más que pedir más y más, son vampiros de madres.


Hay un poema muy bonito de un señor muy famoso, premio Nobel incluso, creo, que en un punto dice algo así como que es guay que "todos te reclamen, pero ninguno te precise". Es un poema que uso a menudo como referencia, porque la verdad que me parece que todo lo que dice tiene sentido. Sobre este verso, concretamente, yo entendía que el hombre quería decir que claro, si un señor se está muriendo por un veneno malo-malísimo y tú eres la única que tiene el antídoto, pues es natural que el señor, pobre hombre, te llame a voces durante los postreros minutos de su existencia. Comprensible.

Pero si al señor no tienes ningún antídoto que aportarle, ni le haces falta-falta para nada, pero oye, que le apetece estar contigo (pongamos señora para que las mentes sucias no enturbien esta magistral explicación, que también haylas) bueno la señora te llama por el placer de tu presencia, porque le gusta tenerte cerca... pues mola, ¿no? Y de ahí que todos te reclamen -porque eres muy guay- pero nadie te precise -porque no tienes el antídoto-. Y a mí me gustaba esa idea, la de que te busquen porque sí, sin más.

Gustaba.

Porque a los herederos estoy segura de que no les hago falta para, a saber: abrir el frasco del antibiótico que se ha quedado repegao, mirarles la cabeza a ver si queda jabón, hacerme saber a voces que su hermano/a ha salpicado en la bañera, hacerme saber a voces que han acabado los deberes, hacerme saber a voces que han acabado la merienda, hacerme saber a voces que su hermana/o lleva demasiado tiempo sentado en el retrete, hacerme saber a voces que su hermano/a lleva demasiado tiempo el el retrete porque está leyendo un Mortadelo, hacerme saber a voces que su hermana/o se ha traído juguetes a la mesa y él/ella son grandes vástagos que quieren ayudarme haciéndomelo saber (a voces, no sé si lo he dicho).
Tampoco creo ser imprescindible para elegir el pijama, mirar la magnífica construcción que han erigido en seis minutos con Lego, mirar los maravillosos dibujos monocromáticos que han pintado a razón de doce segundos por dibujo, pelar un plátano, quitar el envoltorio a un bocadillo, servir el agua...

De hecho, son cosas que procuro no hacer.

Sin embargo, ellos se obstinan en llamarme una y otra y otra y otra y otra y otra vez, y en cada ocasión me acuerdo del (puto) poema y de lo bien que sonaba, y acto seguido me digo que esto lo ha escrito un señor sin hijos. Claro que lo escribió, presumiblemente, para un hijo. Pero recuerdo que era inglés, y me digo que a) no pasaba mucho tiempo con él y b) lo mandó interno en cuanto el vástago dijo yes dos veces. Porque este poema es incompatible con un ejercicio razonable de progenitez, progenitura y progenitazgo. Sencillamente, lo que una anhela es un rato largo, de como siete minutos, sin que nadie diga ama, grite ama, lloriquee ama ni nada que ver con una.

Ays. La maternidad me torna contradictoria, asumo.

PD: la foto es un típico paisaje invernal pero sin nieve de la montaña encartada. Desde la Torre Loizaga, el museo con más Rolls Royce del mundo. Ésa es otra historia...

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